La excursión al glaciar Exploradores estaba en nuestra lista de destacados del viaje, así que las expectactivas al comenzar el día eran muy altas. Yo ya había hecho escalada en hielo en Islandia y me habían quedado ganas de hacerlo todos los días de mi vida, así que más presión todavía para que el día saliera bien.
Salimos a las 7 de la mañana de Bahía Murta a Puerto Río Tranquilo, donde teníamos que estar a las 8 para comenzar la excursión. La agencia que contratamos (Latitud 47) era, de casualidad, de la misma persona que nos alquiló la cabaña (Coni) y su pareja, Eugenio, era el guía.
Pasadas las 8 partimos hacia Bahía Exploradores. Eugenio es un guía nacido y criado en la zona y nos contó un montón de cosas sobre el pueblo, su abuelo colono, los cementerios familiares, los cambios de la zona en los últimos años. Se se notaba el amor por su tierra y por la naturaleza. Además, como llevaba unos 15 años yendo casi a diario al glaciar (en temporada alta) se conocía el camino de memoria y fue una experiencia añadida al tour el rally por el que nos llevó por el ripio patagónico. Volamos sobre los hoyos y las piedras, creo que nunca bajó de 70. Tremendo.
En fin. Tras hora y media llegamos a la entrada de la reserva de la Conaf, nos pusimos el casco y cogimos las polainas y los crampones que usaríamos en el hielo. La caminata comenzaría a través del bosque, continuaría por una zona de morrenas, llegaríamos a la zona de hielo sucio y luego al hielo limpio. Unas 3 horas de caminata solo para llegar al hielo limpio.
El bosque era más bien una selva, súper frondosa, húmeda y siempreverde. Íbamos oliendo las plantas, probando calafates y algunas hojas tiernas de nalcas que Eugenio pelaba como un apio. Se me hizo corto y tremendamente hermoso ese tramo y de pronto se acabó el bosque, apareció una zona abierta, un paisaje de piedras y hielo. Al fondo se veía el glaciar.
Caminar en las morrenas no era tan fácil como parecía: debajo de las piedras había hielo sólido y por ello muchas piedras estaban sueltas, así que había que estar mirando al suelo todo el camino. No saqué muchas fotos de esa parte, estaba más preocupada de no caerme a una grieta que de inmortalizar el momento. Avanzamos poco a poco y notamos que las piedras se iban acabando y el hielo era más protagonista. Y las grietas. Cada vez más grietas de todos los tamaños, subidas y bajadas muy empinadas, tratando de controlar la caminata con los crampones. No es que estuviera asustada, pero de verdad que la mayor parte del camino era literalmente al borde de grietas de hielo donde no se veía el fondo.
Llegamos a la parte más limpia y ya estábamos mojados hasta el tuétano: además de que nos llovió, necesitábamos ir apoyándonos con las manos para avanzar, así que los guantes estaban empadados y cada cierto rato apretabas las manos para escurrirlos.
Caminamos más o menos hora y media por el hielo y debo decir que fue espectacular. Estaba un poco cansada (y como consecuencia, de mal genio), con la ropa estilando y pensando en que teníamos que desandar todo lo caminado a la vuelta, pero lo que estábamos viviendo era increíble. Hermoso, impactante. Nos hicimos muchas fotos en algunos de los agujeros más grandes, donde literalmente llovía por dentro.
La vuelta fue dura, estaba cansada de las piedras, la lluvia que iba y venía y de estar tan mojada. ¿Cómo era posible que todos nosotros, que nos habíamos comprado buenas parkas impermeables, estuviéramos mojados como pollos? El único seco del grupo era Eugenio, que llevaba una especie de capa de hule marca Patagonia. Nuestras Columbia, North Face y Decathlon eran pura caca.
Llegamos a la cabaña luego de parar un par de veces en el camino, pusimos toda la ropa a secar a la estufa y nos fuimos a comer a un lugar que nos recomendó Eugenio, Casa Bruja. Solo diré que repetimos al día siguiente. Exquisito. Todo estaba bueno, pero recomiendo en especial el Pulmay. En resumen: un día maravilloso e inolvidable.